Se dice que había en cierta casa un Gato tan activo y vigilante que no dejaba ni un momento de tranquilidad a los ratones. Y viendo éstos que su número disminuía considerablemente, resolvieron reunirse en asamblea, con el fin de hallar solución al difícil caso.
Después de haberse discutido y desechado varios proyectos, habló un Ratón menudo y presuntuoso, y dijo que el gato hacía tantos estragos entre los ratones porque debido a la blandura de sus patas no se le oía llegar.
– Yo creo -agregó- que si le pusiéramos un cascabel al cuello, éste nos avisaría su aproximación, y tendríamos tiempo de ocultarnos. Con tan sencillo expediente nos burlaríamos del Gato.
Una salva de aplausos cubrió la voz del reformista, que ufano volvió a sentarse lleno de orgullo. Pero un ratón sesudo, que hasta entonces no había hecho más que oír y callar, tomó la palabra y dijo con voz grave:
– Amigos míos, ese proyecto me parece magnífico, pero ahora yo pregunto, ¿quién va a encargarse de ponerle el cascabel al Gato?
Una cosa es la teoría y otra la práctica.